miércoles, 15 de agosto de 2012

Borromeo contra Milán

Agnolo Bronzino. La Virgen con el Niño y San Juan Bautista (1540)

Nada permitía augurar un buen futuro para la música litúrgica después de la amplia serie de reformas tocantes a la música que se desprendieron del Concilio de Trento. La intervención normativa que la Iglesia estaba por hacer sobre la práctica musical litúrgica no podía ser más radical: después de siglos de práctica polifónica en las iglesias, se ponía en duda la eficacia que podía tener la polifonía en la transmisión musical de los textos doctrinales. En las discusiones de Trento se señaló que la polifonía comprometía la inteligibilidad del texto cantado, y como lo esencial de la doctrina católica proviene de un libro y de sus comentarios textuales, antes que el efecto musical que se lograba con la polifonía, debía favorecerse durante la liturgia la comprensión integral de los textos. Otras dos importantes tradiciones musicales que se habían ido imponiendo de manera «natural» (no legislada por la Iglesia) durante la práctica de la liturgia en los siglos precedentes también se ponían en entredicho: el uso de instrumentos al interior de las iglesias y el uso de materiales melódicos profanos como base para la construcción musical. Nada que recordara la música de las calles debía «contaminar» la pureza a la que debían de aspirar ahora las músicas de iglesia. Ya fuera que esta búsqueda de una vuelta a la austeridad de los primeros tiempos respondiera a un sincero arrepentimiento por los abusos ostentatorios en que había incurrido la Iglesia en el pasado reciente o que se tratara de una mera estrategia propagandística para hacerse ver ante la feligresía tan austeros como los protestantes, las medidas que estaban por imponerse afectarían hasta sus cimientos la tradición musical establecida.
     Donde mejor podían hacerse valer las nuevas disposiciones concernientes a la música era en la propia Roma. Después de que le fuesen comisionadas por la curia romana tres misas en que se aplicaran las directrices desprendidas del Concilio, en 1562 Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525/26-1594) se las ingeniaba para contentar a Dios y al diablo: en su Missa Papae Marcelli lograba conservar la inteligibilidad del texto aun haciendo uso de la polifonía, aunque a costa de perder algo de la naturalidad expresiva que se lograba en las obras polifónicas «normales»; se trataba en última instancia de una polifonía «artificial» hecha para contentar a los contarreformistas. Sus recursos para conseguir la inteligibilidad eran un fraseo extremadamente lento de las voces y la preferencia dada a la homofonía, en la que todas las voces discurren sincrónicamente, sobre el contrapunto; el contrapunto sólo se utiliza al final de las frases y por la lentitud con la que discurren las melodías es siempre posible discernir en él cada palabra. Los procedimientos empleados por Palestrina harán escuela en el porvenir, incluso casi podría decirse que la escuela palestriniana en Roma fue una escuela eterna; tan conservador se volvió el medio eclesiástico en Roma después de la Contrarreforma, que la polifonía se seguiría elaborando en Roma bajo el modelo de la Missa Papae Marcelli, sin cambios relevantes, durante los siglos venideros.
     Muy distinta es la historia de la música contrarreformista en Milán. Durante los primeros años de la puesta en ejecución de las disposiciones musicales acordadas en Trento, hubiera cabido suponer que sobre la música litúrgica de Milán habría de imponerse una línea aun más austera que la de Roma. Carlo Borromeo, uno de los ejecutores más estrictos del programa contrarreformista, ocupó la silla arzobispal de Milán en 1564, y con tanto celo por imponer la nueva pureza de costumbres preconizada por la Contrarreforma, que encontraría adversarios incluso dentro del mismo clero milanés (durante su primeros años como arzobispo, un religioso de la orden de los Humillados opuesto a sus reformas le tiro un arcabuzazo mientras se encontraba frente al altar). En cuanto a la música, una de sus primeras ordenanzas, llevada a cabo el 28 de abril de 1565, fue reunir un grupo de cantantes para que la comisión de cardenales de la ciudad juzgasen si el canto polifónico permitía la inteligibilidad de los textos. Borromeo llegó a la conclusión de que la música litúrgica habría de simplificarse también en Milán. Y si en Roma se había elegido al talentoso Palestrina para que diese el ejemplo de cómo debería ser ahora la música litúrgica, Borromeo, siguiendo aquel ejemplo, puso sus ojos sobre un músico de larga carrera, Vincenzo Ruffo. Pero su carrera parecía hablar en su contra: era uno de los músicos más célebres de Lombardía... pero menos por hacer misas que por haber hecho una cantidad ingente de madrigales. Ahora la comisión de Borromeo recaía sobre él, y Borromeo no era un sujeto que se contentara con cualquier cosa. La respuesta de Ruffo fue mucho mejor de lo que hubiera podido esperar Borromeo. En el mismo año de 1565, presenta ante el arzobispo Borromeo su Missa Quarti Toni, y en lo sucesivo abandonará su carrera de madrigalista para dedicarse de manera exclusiva a la composición de música litúrgica. Al igual que en la Missa Papae Marcelli, la polifonía de Ruffo ahora se simplificaba, tendiendo a un predominio de la homofonía sobre el contrapunto. Como quiera que sea, en la música de este periodo, en todas sus vertientes, seculares y litúrgicas, ya se venía observando una tendencia hacia la simplificación y hacia la homofonía. En este contexto en que los mundos musicales secular y eclesiástico iban coincidiendo hacia criterios similares, la Missa Quarti Toni de Ruffo queda como evidencia de la confluencia de ambas tendencias hacia la simplificación; la Iglesia buscaba la simplicidad para simbolizar la nueva pureza impuesta por la Contrarreforma y el mundo secular la buscaba con la finalidad de ampliar el rango expresivo de la música, un proceso que acabará hacia finales de siglo con el triunfo de la monodía y el basso continuo. Ruffo con su Quarti Toni también contentará a Dios y al diablo con una música que a la vez de ser austera y simple es expresiva.

Extractos de la Missa Quarti Toni (Vincenzo Ruffo)

          Kyrie eleison

          Sanctus


Sin embargo, el caso de un Ruffo buscando la expresividad en una forma en principio limitada dista de ser una excepción. Milán era a finales del siglo xvi uno de los epicentros de la innovación musical en el norte de Italia. Si Carlo Borromeo pudo decir por algún tiempo qué debía hacerse puertas adentro de las iglesias, no podría estar seguro de que lo que sucedía musicalmente en el resto de Milán no acabaría por invadir el interior de las iglesias. Por ese resquicio que le era imposible tapar, entraron todas las corrientes seculares que habrían de marcar la historia de la música litúrgica milanesa en el último tercio del siglo; ya veremos de qué manera se impusieron estas corrientes sobre el legado de Borromeo.
     Sin embargo, esa ulterior influencia de la música secular sobre la litúrgica era imposible de prever hacia la década de 1570. Para entonces la influencia de Borromeo sobre las artes litúrgicas de Milán aún era considerable. En la música litúrgica, con el beneplácito del arzobispo Borromeo, se había impuesto el uso de la técnica del fabordón (o falso bordón), la polifonía en su forma más rudimentaria. El fabordón consiste en una voz fundamental a la que se añaden un par de voces que discurren en paralelo, tal como en la homofonía, con la única diferencia de que para evitar que el recitado sea demasiado monótono de tanto en tanto la voz fundamental da saltos de registro y las voces complementarias pueden ornamentarse ligeramente. Un ejemplo de esta forma de fabordón primario podemos verlo en el salmo Dixit Dominus (mostrado al final de este párrafo). Como puede suponerse, una técnica tan limitada no podía avenirse muy bien a una ciudad en la que de manera progresiva iban desarrollándose más y más técnicas novedosas de canto y ornamentación. Gracias a estas técnicas la música en Italia pasaría de ser algo perfectamente anotado a ser un arte en el que la improvisación juega un papel muy importante al momento de la ejecución; con la ornamentación se amplía, más allá de las líneas generales dispuestas en la partitura, la expresividad de la música. En principio la ornamentación melódica era una práctica no normalizada por la que los cantantes mostraban su imaginación musical y su destreza; pero era una práctica tan generalizada, que poco a poco fueron codificándose algunas de sus formas. Hacia la década final del siglo xvi estas codificaciones fueron apareciendo en diversos tratados escritos por teóricos musicales milaneses, como el tratado Passagi per potersi essercitare nel diminuir, de Riccardo Rognoni, o el Regole, Passagi di musica, de Giovanni Battista Bovicelli, y la ornamentación llegó a un grado tal, que Bovicelli en su tratado «describe treinta y cinco maneras diferentes de cantar la segunda ascendente re mi, de las cuales la versión más compleja consta de cuarenta notas».1 Los fabordones milaneses describen esta curva histórica que va desde las formas más austeras de los tiempos en los que la autoridad del arzobispo Borromeo se imponía sobre las iglesias de Milán hasta el auge del canto ornamentado a principios del siglo xvii. En un fabordón anónimo de principios del siglo xvii, como el Confitemini Domino que les presento a continuación, vemos como ya la ornamentación ha alterado la fisonomía austera original de una técnica en principio simple; la técnica del fabordón queda al fondo como un simple esqueleto sobre el que se improvisa, ya con el canto, ya con el uso de instrumentos.

          Dixit Dominus (fabordón del siglo xvi)

Confitemini Domino (fabordón de principios del siglo xvii en tres partes) 

          II. De tribulatione invocavi Dominum

          III. Dextera Domini fecit virtutem


Sin embargo, a principios del siglo xvii ya a nadie en la Iglesia sorprendía que sucediese esta creciente «secularización» de sus músicas; es más, la misma Iglesia estaba cambiando sus directrices artísticas y creando un concepto singular: el de la religión como vivencia interna y mística. Ahora podía equipararse la pasión amorosa, o incluso erótica, a la pasión religiosa; la intensidad con la que concebían los italianos los afectos amorosos era ahora transportable a la religión como fenómeno psicológico. Se trataba de una concesión hecha por la Iglesia al medio secular sin la que no hubiera podido adaptarse al nuevo medio mental y cultural en el que estaba por nacer el espíritu barroco. Y en Milán el cambio de estafeta hacia la secularización de lo religioso sería guiado por el propio sobrino de Carlo Borromeo, Federico Borromeo, arzobispo de la ciudad de 1595 a 1631. Astutamente, Federico vio que la Iglesia podría apropiarse de la forma secular por excelencia, el madrigal. En vistas de ello, Federico Borromeo encargó al músico Aquilino Coppini la elaboración de obras musicales litúrgicas que retomasen nota a nota la música madrigalesca más popular del momento, la de los libros cuarto y quinto de madrigales de Claudio Monteverdi. Esta clase de obras son conocidas como contrafacta, y en ellas las notas que fueron concebidas por Monteverdi para ilustrar afectos incluso eróticos se vuelven el telón de fondo para la expresión musical del nuevo sentimiento místico forjado por la segunda generación de la Contrarreforma. Ahora correspondía a la Iglesia seguir las pautas creadas por otros, y renovarse o morir.

          O gloriose martyr (Coppini-Monteverdi)

          O stellae coruscantes (Coppini-Monteverdi)



1. Dumestre, Vincent, notas introductorias al disco Nova Metamorfosi. Musique sacrée à Milan au debut du xvii siècle. París, Alpha, 2003, p.17.


Agnolo Bronzino. Alegoría de Venus con Cupido (o Triunfo de Venus, o Alegoría de la Lujuria) (c.1540-50)


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Bibliografía

Dumestre, Vincent, notas introductorias al disco Nova Metamorfosi. Musique sacrée à Milan au debut du xvii siècle. París, Alpha, 2003, p.17.

Discografía


Nova Metamorfosi. Musique sacrée à Milan au debut du xvii siècle, intérp. Le Poème Harmonique, dir. Vincent Dumestre. Alpha, 2003.



sábado, 4 de agosto de 2012

La música internacional europea en torno al año 1600

Paolo Veronese. Las bodas de Caná, 1563.

El material musical europeo de los alrededores del año 1600 que ha llegado hasta nosotros es particularmente útil para hacernos una idea de cómo era la música de aquel tiempo en prácticamente todos sus ámbitos y para inferir, con ayuda de otras fuentes, algunas cuantas cosas más relativas a la constitución del mundo cultural europeo en la coyuntura entre el Renacimiento y el barroco, y lo es por varias razones. Si bien la música que conocemos de este periodo, como es natural, es en su mayor parte música escrita, y por ende «culta», no por ello dejan de inscribirse en ella innumerables trazas de las músicas no escritas que se escuchaban en las calles, de la música popular. En esto la música «culta» de aquellos tiempos es muy distinta a la de éstos. (A partir de finales del siglo xvii la música escrita iría marcando sus distancias respecto de la popular de forma progresiva, hasta llegar al actual estado de cosas en que música académica y música popular tienen muy poco que ver, llegando incluso a negarse e invalidarse entre sí.) En el 1600 los lazos entre uno y otro tipo de música eran aún muy estrechos. En la música escrita del 1600 pueden observarse todavía, como en vitrina, algunos de los contornos que debieron tener algunas de las músicas populares practicadas en aquel tiempo. Pero la riqueza de esta música no sólo reside en su liga con lo popular. Junto con el fermento de lo popular, otros muchos fermentos de tipo «culto» alrededor del año 1600 darían pie a lo que con el tiempo se llamaría barroco musical. El principal centro de difusión de donde proceden estos fermentos «cultos», y la integración de lo popular en la escritura musical, es Italia, y la influencia de su música en el resto de Europa es sólo un signo de la hegemonía cultural que ejercía Italia sobre buena parte de Europa en aquellos días.

La influencia italiana
La situación de Italia alrededor del 1600 es por demás curiosa. Sus relaciones con el Oriente y la fuerte tradición cívica que debía a ser la única nación europea que durante el medievo no perdió su «romanidad» —fue la única nación que mantuvo durante la Edad Media contactos regulares con el Imperio bizantino y su civilización: su derecho, su filosofía y sus artes— la convirtieron en la primera nación «moderna» de Europa (el comercio a gran escala, el ascenso de la burguesía sobre la nobleza y otras tantas características de las sociedades italianas de fines del medievo y del Renacimiento dan fe de ello). Esa modernidad en los modos de vida también implicaba una cierta modernidad en la forma de pensar y en la cultura; la suya sería una modernidad cultural acorde con el mundo dominado por las burguesías que estaba por venir, y por ello en lo sucesivo su cultura sería imitada por el resto de las naciones europeas; si el Renacimiento comienza en Italia, al cabo del tiempo llegará a ser un movimiento cultural paneuropeo. Sin embargo, si la hegemonía cultural italiana es completa en un periodo de más de cuatro siglos (si consideramos que dicho periodo se inicia con el auge de las ciudades-estado italianas hacia finales de la Edad Media y finaliza con el canto de cisne del humanismo italiano que es el inicio del barroco), su situación política es muy distinta. Por el volumen de sus recursos (poblacionales y militares, sobre todo), desde el fin de la Edad Media las monarquías comenzarían a dominar el ámbito político sobre cualquier otra forma de organización civil-estatal, y al final de este periodo, los Estados de Italia, donde jamás se estableció una monarquía al estilo de las de otras naciones, se verían subyugados políticamente por otros Estados (España y Francia, principalmente). Esto no obsta para que la influencia cultural de Italia en aquellos días hubiera sido similar en su alcance a la influencia cultural norteamericana que conocemos hoy. Y esta hegemonía se transparenta en la música: ¡al grado de que en la Amberes del 1600 era natural que un músico inglés publicase un libro de madrigales en italiano! En el ámbito musical internacional no sólo la mayoría de los géneros musicales provenían de Italia; era tal el prestigio cultural de lo italiano que para insertarse en el mercado musical del momento era necesario escribir madrigales, y en italiano.
     Peter Philips (1561-1628) es aquel músico inglés que en 1591, 1596, 1598 y 1603 publicaría libros de madrigales italianos en suelo flamenco. Debido a su fe católica había tenido que abandonar a temprana edad Inglaterra, donde la persecución anglicana a los católicos se había recrudecido al finalizar el siglo, y en buena medida se había educado musicalmente en Italia. Por su manera siempre atenta de musicalizar los más mínimos matices de las poesías italianas que aborda, cabe suponer que dominaba el italiano tanto como su lengua materna. Pero el caso de Philips es uno entre muchos otros, y en la música internacional del 1600, el madrigal es el género entre los géneros. Todo músico joven que aspiraba a posicionarse en el mercado internacional dominado por las casas editoriales flamencas e italianas había de ponerse a prueba con un libro de madrigales. Es el caso del alemán Heinrich Schütz (1585-1672), quien publicaría en 1611 un libro de madrigales cuando aún era alumno de Giovanni Gabrieli en Venecia; del danés Mogns Pedersøn (c.1583-1626), quien también después de haber estudiado en Venecia con Gabrieli publicaría un primo libro en la misma Venecia en 1608; o de un italiano que habría de cumplir con el trámite de comenzar su vida profesional con un libro de madrigales para después dedicarse a otros géneros, Frescobaldi, que publicó en 1608 en Amberes su propio libro.

          1. Il dolce mormorio (Peter Philips)

Pero, como buena música cosmopolita, la música italiana no sólo habría de influir, sino que también se dejaría influir por la música de otros sitios, principalmente por la música de España. De España toma toda una constelación de esquemas rítmicos y de bajos populares (los bajos son líneas melódico-armónicas sobre las que se sustentan construcciones melódicas en registros más agudos, y se utilizaron, en ciertas obras italianas de inicios del barroco, como base armónica para la improvisación y la escritura de las melodías ágiles y elaboradas propias del naciente estilo); es altamente probable que la chacona (ciaccona, en italiano) y el pasacalle (passacaglia) vengan de España. Aparte de estos bajos populares, Italia tomará de España algunos de sus ritmos más cortantes y contrastados, como la jácara, para adaptarlos a sus propios géneros musicales, como vemos en la pegadiza aria Gioite o Selve.

          2. Jácara: Gioite o Selve (Frescobaldi)

          3. Homo fugit velut umbra (Passacaglia della Vita) (de autor desconocido)

Después del 1600 la influencia italiana se acrecentaría aun más, sobre todo en Francia y Alemania. Los géneros iniciales de lo que ahora se conoce como «música clásica» son prácticamente todos elaboraciones italianas: las tocatas, las sonatas, la ópera. La importación de estos géneros comenzó primero en Alemania (entendiendo «Alemania» como las actuales Alemania y Austria). Primero fueron algunos de los más renombrados violinistas italianos (Marini, Pandolfi-Mealli y algunos otros) los que llegaron a Alemania contratados por sus cortes, llevando con ellos sus géneros y su idiosincrasia musical. Después, los propios alemanes harían sus propios ensayos en estos géneros y los irían normalizando; pues en un principio las sonatas o las tocatas fueron géneros de forma libre cuya composición de secciones quedaba a juicio del compositor: no eran formas musicales; no hay nada más alejado del espíritu musical del Seicento italiano que la estandarización o la definición formal precisa. Todavía haciendo eco del espíritu libre de las primeras sonatas italianas, Johann Schop es uno de los primeros exponentes importantes de la música para violín en Alemania.

          4. Sine titulo (Johann Schop, 1646)


La influencia inglesa en Dinamarca
Si bien la influencia italiana era casi omnipresente en el 1600, no todos los países europeos entraban de igual manera en su órbita de influencia; por una casualidad matrimonial Dinamarca entró durante algún tiempo en la órbita cultural inglesa. De los ingleses, los daneses tomarían toda una serie de géneros basados en la música de danza: las pavanas (pavins, pavans, o pavanas, paduanas; los ingleses eran algo laxos en el uso de estos términos), las gagliardas (galliards), las voltas, etc., con las prácticas musicales ligadas a ellos (se trataba de músicas empleadas en eventos cortesanos al ritmo de las cuales se bailaba de distintos modos: desde el violento ritmo de las voltas al moverse parsimonioso con que se acompañaba a las pavanas). Un periodo de múltiples intercambios entre las cortes inglesa y danesa se dio durante el reinado de Cristián IV de Dinamarca (1577-1648).  Su hermana Ana se había casado con el rey inglés Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra, y debido a ello la relación de ambas coronas durante este periodo fue muy estrecha, en lo político y en lo musical. Cristián enviaba a sus mejores músicos a la corte inglesa, mientras que los mejores músicos ingleses fueron enviados a Dinamarca por Jacobo. De 1598 a 1606 John Dowland permaneció en la corte danesa como laudista de Cristián. Durante el mismo periodo otro músico inglés permanecería en la corte danesa como maestro de laúd de la hija de Cristián, Thomas Robinson. 
     Pero la relación de los músicos ingleses con la corte danesa no siempre tuvo resultados tan felices. Después de pasar un par de años en la corte danesa, en 1602 el violista John Maynard decidió huir de la corte danesa llevándose consigo a su colega Daniel Norcombe. Por algunos años anduvieron vagando por Alemania y Hungría con los emisarios de Cristián tras sus pasos, hasta que su aventura toco a su fin cuando llegaron a Venecia después de varios años de andanzas. Maynard volvería después a Inglaterra, donde publicaría, en Londres, en 1611, una colección de piezas de viola enigmáticamente titulada The XII Wonders of the World; quizás se refería con este título a las maravillas que, muy a pesar de cuanto pensara Cristián, conoció mientras recorría el mundo sin su venia.

          5. The Duke of Holstones Delight (Tobias Hume)

          6. Spanish Pavan (Thomas Robinson)

          7. A Pavin (John Maynard)

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Bibliografía

Lejeune, Claude y Pardoe, Mary, Notas introductorias al disco Konge af Danmark. L'Europe musicale à la cour de Christian IV. París, Alpha, 2010.

Discografía