viernes, 5 de octubre de 2012

Músicas de otro tiempo en este tiempo


Es posible ver a las obras humanas del pasado que han pervivido hasta el presente como huellas que nos permiten hacer algunas inferencias sobre las formas de pensar y de vivir de los grupos humanos o individuos que las crearon. Tal como las huellas que quedan impresas sobre un material susceptible a desgastarse, estas huellas humanas tienden a ser barridas tras el paso del tiempo; la medida en que se borran o pierden sus precisos contornos depende mucho del medio en que han quedado «impresas». Por medio de la escritura se puede, por ejemplo, grabar en caracteres más o menos indelebles algunas de las características de algo que en su momento fue un fenómeno actual y complejo, un acontecimiento, un discurso, una canción, etc. A falta de otros medios de registro, mucho de lo que conocemos de los siglos anteriores al advenimiento de la fotografía o el registro fonográfico o fílmico ha llegado hasta nosotros, con preeminencia, por medio de la escritura. Ahora que podemos poner en comparación la escritura con otros medios de transmisión de más reciente aparición, nos damos cuenta de que el registro textual es incompleto por tender a la monodimensionalidad; el texto se refiere sólo a lo verbalizable, y al contexto sólo en la medida en que éste esté integrado en el hilo discursivo; muchas de las características del medio en que la obra registrada por escritura tuvo lugar se pierden, y su desconocimiento queda como un incentivo para la investigación y la imaginación. Lo mismo pasa con los registros audiovisuales, cuya diferencia de grado de completud respecto a la escritura se debe tan sólo a que en ellos también se dan una serie de registros adicionales, intencionales y accidentales (como cuando es posible inferir la época de producción de una película por la vestimenta que llevan los actores o los medios de filmación y las tecnologías escenográficas empleados en ella), ajenos a la pura textualidad y que nos revelan algo más sobre el contexto de producción del objeto puesto a análisis. Estos medios de registro «modernos» podrían prestar mucha ayuda a alguien que pretendiese tratar sobre algo ocurrido en los últimos cien años. Para el resto de posibles objetos de estudio hay que confiarse a la casi única vía del registro escrito.
     Si el texto se nos muestra incapaz de revelar todo el cúmulo de circunstancias en las que se produjo, tanto peor es el caso de la escritura musical, que, si se tienen en cuenta todas las características musicales no registrables por ella, resulta harto esquemática. La escritura musical fue pensada desde un inicio como un medio de transcripción de melodías destinado a los músicos, quienes ya conocían cómo se tocaba la música transcrita; los cambios de volumen y la instrumentación apropiadas, entre muchas otras características de la ejecución, aunque no especificadas en las partituras, por lo menos por mucho tiempo, se suponían ya conocidas por el destinatario de la notación musical. En la práctica no se necesitaba mucho más. Este medio de transmisión no presenta entonces problemas mayores cuando se utiliza en el día a día y bajo la condición del conocimiento previo de ciertas características de la música ahí escrita. Cuando sí los presenta es cuando se trata de ejecutar lo escrito en la notación musical habiendo pasado ya mucho tiempo de que la música consignada en ella estuviese en boga y fuese practicada habitualmente, es decir, en una situación como la actual en la que a la música antigua se la ve con mirada arqueológica. La actualidad de una música anotada conserva vivas en la memoria todas sus características no registrables por la escritura, pero cuando esa memoria se agota, queda sólo la imperfección de la notación musical, en tanto que en ella el registro de un hecho o un objeto musical es incompleto. Esta problemática es muy visible ahora que se pretende abrir los archivos musicales de tiempos remotos y «actualizar» las músicas contenidas en ellos de la forma más eficaz posible, ejecutándolas; ya que no es lo mismo divulgar estas músicas sólo por su escritura o por los comentarios hechos por los musicólogos que «revivificándolas» en la ejecución y tratando de paso de suponer las características que debieron de tener cuando se tocaban y estaban insertas de forma natural en un contexto socio-histórico. Por eso el intérprete idóneo de música antigua, aparte de ser músico, debe estar muy al tanto de lo que los musicólogos suponen que eran las características habituales de ejecución de la música que recrearán; y allí donde falle el registro, deben aventurarse ellos mismos y suponer cosas no deducibles estrictamente ni de la partitura ni de la investigación musicológica; deben intentar, en la abundancia de datos o en su escasez, dotar a la música que tienen entre manos de todas las características necesarias para que se vuelva ejecutable y verosímil.
     Lo que sorprende también es que, aun cuando sabemos que la transmisión de los objetos musicales es necesariamente incompleta y difícil, contemos hoy en nuestro haber de bienes culturales del pasado con algunos objetos musicales que nadie hubiera podido sospechar que pervivirían. Fue en cierta manera natural que después de que se comenzara a utilizar la imprenta para hacer publicaciones musicales —probablemente a comienzos del siglo XVI— las obras de los autores más célebres del momento se imprimieran; si se contaba con el dinero suficiente para imprimir las propias obras musicales, o con un auditorio que las estimase dignas de llevarse a la imprenta, la perdurabilidad de éstas estaba en buena medida asegurada. Por las impresiones de Petrucci de las primeras décadas del siglo XVI nos han llegado numerosas obras de Josquin Desprez y otros tantos autores muy estimados por los teóricos musicales del momento. Pero, en general, no pasaba lo mismo con la música no validada por los teóricos o por el público urbano, la música popular o rural incluidas. 
     Sin embargo, las fuentes impresas no son las únicas que han llegado hasta nosotros; junto con ellas, en algunos manuscritos nos han llegado tanto obras avaladas por los teóricos como obras de autores cuyos nombres hoy desconocemos, y era natural que sobre todo las obras de estos últimos autores nos llegasen, por lo menos hasta mediados del siglo XVI, sólo por manuscritos: consignar en un manuscrito obras musicales no implicaba ni los gastos monetarios ni la disposición de medios tecnológicos necesarios para realizar una impresión. Además de ello, las imprentas casi siempre se encontraban al interior de las ciudades y lo que se imprimía en ellas solía ser sólo aquello que fuese de interés para el público urbano y lector al que se dirigían sus productos; para la música producida en el mundo rural la posibilidad de ser impresa seguía siendo del todo remota. En cambio, los manuscritos podían realizarse en cualquier lugar en el que hubiera gente facultada para hacerlos; un monasterio, por ejemplo, podría estar interesado en registrar algunas de las manifestaciones culturales de la campiña en la que estaba enclavado y transcribir algunas de sus obras musicales. De esta manera, en el manuscrito Bayeux, un manuscrito dedicado por completo a la compilación de canciones populares que data de finales del siglo XV, aparece una canción como «La Pernette» en una variante del momento; pues se tiene constancia de la existencia de una canción muy similar en el siglo XII. Esto último también da cuenta de un fenómeno singular de la transmisión de estas canciones: las canciones no eran objetos inalterables protegidos de cualquier transformación; la música a veces funcionaba a la manera de un esqueleto sobre el que se podían verter nuevos contenidos. Una tonada es a veces lo único que se transmite de lugar a lugar; sabemos a este respecto que la tonada de «Le roi fait battre tambour» de mediados del siglo XVIII aún se canta en Canadá pero con otra letra. Todo esto nos deja entrever que cuando una canción está arraigada en el medio popular, más allá de su registro en versiones escritas o impresas, las transformaciones que pueden acaecerle son mucho mayores pues dependen del gusto y del mundo de significados del momento y del lugar donde es acogida; la canción cambia de la misma forma impredecible en la que cambian los tiempos.


«La Pernette» (copiada en el manuscrito Bayeux entre 1490 y 1500)

La Pernette se lève, tra la la la la la, tres ores davant jor
Elle prend sa colognete, avoi son petit tor.
A chacun tor qu'el vire, fait un sospir d'amor.
Sa mare li vient dire: "Pernette, qu'arrés vos?
Av'os lo mau de teste, o bien lo mau d'amor? "
«N'ai pas lo mau de teste, mais bien lo mau d'amor.»
"No ploras pas Pernette, nos vos maridaron,
Vos donaron un prince, o lo fi d'un baron."
«Jo no vuolh pas un prince, ne le fi d'un baron,
Jo vuolh mon ami Piere, qu'est dedens la prison.»
"Tu n'auras mie Piere, nos lo pendolaron!"
«Se vos pendolas Piere, pendolas-mei itot.
Au chemin de Saint-Jaque, enteras nos tos dos.
Cuvrés Piere de roses e mei de mile flors;
Los pelerins que passent en pendront quauque brot.
Diront: "Dio aye l'ame dous povres amoros!
L'un per l'amor de l'autre ils sont morts tos los dos".»

Pero la «fenomenología» de la transmisión de canciones y materiales musicales tiene otras facetas. La canción popular durante el Renacimiento solía tomar «préstamos» de la música «sabia» en la que los teóricos basaban su pensamiento y sus prescripciones. Otra canción del siglo XV, «J'ai vu le loup, le renard chanter», es una parodia del Dies irae litúrgico, mientras que «Le Roi Renaud» (cuya notación hoy conocida no es de antes de 1837) se basa en el himno gregoriano Ave maris stella. Esto señala un proceso de ida y vuelta por el que la música popular se inspiraba en la culta, y transmitía sus maneras y sus contenidos, y la culta también tomaba materiales de la popular; un ejemplo de esto último es el tratamiento a varias voces que le dio Josquin en el siglo XVI a la melodía de «La Pernette» (que pegaría aquí si dispusiese de algo más que la noticia de ello).

«J'ai vu le loup, le renard chanter»

C'est dans neuf ans, je m'en irai
J'ai vu le loup, le renard chanter,
J'ai vu le loup, le renard, le lièvre,
J'ai vu le loup, le renard cheuler:
C'est moi-même que les ai rebeuillés.

J'ai ouï le loup, le renard, le lièvre,
J'ai ouï le loup, le renard chanter:
C'est moi-même qui les ai rechignés

J'ai vu le loup, le renard, le lièvre,
J'ai vu le loup, le renard danser:
C'est moi-même qui les ai revirés.

Miserere!

«Le Roi Renaud»

Le Roi Renaud de guerre vint
Portant ses tripes en ses mains.
Sa mère était sur le créneau
Qui vit venir son fils Renaud.

—Renaud, Renaud, réjouis-toi!
Ta femme est accouchée d'un roi.
—Ni de la femme ni du fils
Je ne saurai me réjouir.

—Allez ma mère, allez devant;
Faites-moi faire un beau lit blanc:
Guère de temps n'y demorrai,
A la minuit trépasserai.

»Mais faites l'moi faire ici bas,
Que l'accouchée n'entende pas.»
Et quand se vint sur la minuit
Le roi Renaud rendit l'esprit.

Il ne fut pas le matin jour,
Que les valets ploroient tretous.
Il ne fut temps de déjeûner
Que les servants ont ploré.

—Dites-moi, ma mère, m'ami',
Que plourent nos valets ici?
—Ma fille, en baignant nos chevaus,
Ont laissé noyer le plus beau.

—Et pourquoi, ma mère, m'ami',
Pour un cheval plorer ainsi?
Quand le roi Renaud reviendra,
Plus beaus chevaus amènera.

»Dites-moi, ma mère, m'ami',
Que plourent nos servantes ci?»
—Ma fille, en lavant nos linceuls,
Ont laissé aller le plus neuf.

—Et pourquoi, ma mère, m'ami',
Pour un linceul plorer ainsi?
Quand le roi Renaud reviendra,
Plus beaus linceuls achètera.

Or, quand ce fut pour relever
A la messe el voulut aller
Or, quand ce fut passé huit jours
El voulut faire ses atours:

—Dites-moi, ma mère, m'ami',
Quel habit prendrai-je aujourd'hui?
—Prenez le vert, prenez le gris,
Prenez le noir pour mieux choisir.

—Dites-moi, ma mère, m'ami',
Ce que ce noir-là signifi'?
—Femme qui relève d'enfant
Le noir lui est bien plus séant.

Quand el fut dans l'église entrée
Le cierge on lui a présenté;
Aperçut en s'agenouillant,
La terre fraîche sous son banc:

—Dites-moi, ma mère, m'ami',
Pourquoi la terre est rafraîchi'?
—Ma fill', ne l' vous plus celer,
Renaud est mort et enterré.

—Puisque le roi Renaud est mort,
Voici les clés de mon trésor.
Prenez mes bagues et joyaus,
Nourrissez bien le fils Renaud.

»Terre, ouvre-toi, terre, fens-toi,
Que j'aille avec Renaud mon roi!»
Terre s'ouvrit, terre fendit,
Et si fut la belle englouti',

Una revalorización más intensa de los materiales musicales populares se comenzó a dar a mediados del siglo XVI, en el ambiente en el que Rabelais rescataba los dichos y albures populares que había escuchado en su natal Chinon o en otras regiones de Francia para integrarlos a sus picantes narraciones. En este momento cultural, los editores y el medio musical culto voltearon la vista hacia la canción popular en diversas maneras, tratándola como un material musical más para hacer complejas polifonías o buscando preservar y transmitir su carácter estructural y expresivo más simple y franco. En la segunda de estas éticas de trabajo, Jacques Arcadelt transcribe la encantadora canción «En passant par la Lorraine», que edita en 1555 de la mano de uno de los principales impresores musicales de la Francia del Renacimiento, Robert Ballard I. Una transcripción de similar carácter es la que encontramos en una publicación musical de Chardavoine de 1576 de la tradicional «Une jeune fillette», una canción de larga historia y porvenir sobre los lamentos de una joven que es llevada a tomar los hábitos monacales a la fuerza; se trata en este caso de una tonada internacional conocida en otros países con otros nombres; en Italia, por ejemplo, a la tonada de esta canción se la conocía como «La Monica».

«En passant par la Lorraine»

En passant par la Lorraine, Margot,
Rencontray trois capitaines.
Il m'ont saluée vilaine;
Je fuis leur fièvres cartaines.
Je ne suis pas si vilaine,
Puisque le fils du roi m'aime.
Il m'a donné pour étrennes
Un bouquet de marjolaine.
S'il fleurit je serai reine;
S'il y meurt je perds ma peine.

Margot, labourez les vignes, vignes, vignes, vignolet,
Margot, labourez les vignes, bientôt.

«Une jeune fillette»

Une jeune fillette
De noble coeur,
Plaisante et joliette,
De grand' valeur,
Contre son gré on l'a rendue nonnette,
Cela point ne lui haicte,
Dont vit en grand douleur.

Un soir après complie
Seulette était.
En grand mélancolie
Se tourmentait
Disant ainsi: "douce Vierge Marie,
Abrégez moy la vie,
Puis que mourir je doy.

»Mon pauvre coeur souspire
Incessament,
Aussi ma mort désire
Journellement.
Qu'à mes parens ne puis m'aider n'escrire.
Ma beauté fort empire,
Je viz en grand tourment.

»Que ne m'a t'on donnée
A mon loyal ami,
Qui m'a tant désirée,
Aussi l'ay-je moy luy.
Toute la nuit, m'y tiendrait embrassée,
Me disant sa pensée
Et moy la mienne à luy.

»A Dieu vous dy mon père,
Ma mère & mes parents,
Qui m'avez voulu faire
Nonnette en ce couvent,
Ou il n'y a point de resjouissance.
Je vis en desplaisance,
Je n'attens que la mort.

»La mort est fort cruelle
A endurer,
Combien qu'il faut par elle
Trestous passer;
Encor' est plus le grand mal que j'endure
Et la peine plus dure
Qu'il me faut supporter.

»A Dieu vous dy les filles
De mon pays,
Puis qu'en cett' abbaye
Me faut mourir.
En attendant de mon Dieu la sentence,
Je vy en espérance
D'en avoir réconfort.»

Fue en 2001 que Vincent Dumestre, acompañado de su grupo Le Poème Harmonique, decidió ofrecer una interpretación de las músicas que les presento ahora, apegado a cuantos textos hay de estas canciones (partituras e investigaciones musicológicas) pero obligado a decidir por su propia cuenta la instrumentación que emplearía y algunos otros detalles de ejecución no transmitidos por la escritura musical. En este juego de dar una versión definitiva de aquello que tiene una multitud de versiones, el disco es un medio privilegiado de transmisión, pues con la grabación se pueden registrar prácticamente todas las características relevantes de un objeto musical. Sin duda, la objetividad total, la identificación completa entre un objeto y la manera en la que es pensado o interpretado —si es que una cosa así existe en estos ámbitos, o cualesquiera otros—, siempre es imposible de realizarse; la interpretación musical es una labor en la que muchos datos se escapan y en el que la subjetividad del intérprete juega el rol de integrar lo mucho o poco que se tenga de cierto. La interpretación, cuyo resultado en estos tiempos es un objeto, el disco, da una segunda objetualidad a la música antigua, entreverada quizás con la objetualidad originaria del objeto tratado. La identificación entre interpretación y objeto es entonces la meta siempre irrealizable del intérprete. 
     Agregando algo más a este juego inevitable en el que se ve envuelto el intérprete de música antigua de transmitir a medias o poner por escrito, y en grabación ahora, un fenómeno tan vivo como la música, Dumestre ha decidido divulgar la práctica actual de la transcripción de música popular grabando en el disco Aux marches du palais una versión recientemente transcrita del canto «Sarremilhòque», tradicional de la región francesa de Béarn, al pie de los Pirineos.

«Sarremilhòque» (tradición oral)

Sarremilhòque mi toca, ma maïre.
Mi vòu tocar lo pè, ma maïre.
E deisha li tocar, ma hilha.
Mi vòu tocar la cama, ma maïre.
E deisha li tocar, ma hilha.
Mi vòu tocar lo jolh, ma maïre.
E deisha li tocar, ma hilha.
Mi vòu tocar la cuesha, ma maïre.
E deisha li tocar, ma hilha.
Mi vòu tocar lo «   », ma maïre.
E deisha li tocar, ma hilha.


***

Bibliografía

Tamby, Jean Luc, notas introductorias al disco Aux marches du palais. Romances & complaintes de la France d'autrefois. París, Alpha, 2001.

Discografía

Aux marches du palais. Romances & complaintes de la France d'autrefois, intérp. Le Poème Harmonique, dir. Vincent Dumestre. Alpha, 2001.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Un epílogo al recitar cantando florentino

Grotta del Buontalenti, jardín Bóboli, Florencia. Iniciada por Giorgio Vasari y terminada en 1593 por Bernardo Buontalenti.


Hacia 1628 el canto recitado parecía haber ya dado todo de sí en el lugar mismo que lo había visto nacer, Florencia. Ya una década antes, con el Orfeo dolente (1616), de Domenico Belli, parecía que se había llegado tan lejos como era posible en la identificación de música y texto que más de treinta años antes habían preconizado Vincenzo Galilei y la Camerata Fiorentina. En el Orfeo dolente, la métrica y la armonía se vuelven erráticas e imprevisibles, pues lo que ilustran es la desesperación interminable en la que cayó Orfeo al saber que Eurídice quedaría eternamente alojada en los infiernos. Para Orfeo, ninguna esperanza puede matizar ya esta pérdida definitiva. Lo que él profiere en estos momentos últimos, antes de que él mismo siga a su amante a su morada, es un interminable y descarnado lamento, un lamento en donde ya no queda lugar para el decoro y la medida. Esta desmesura del sentimiento expresado por Orfeo se tradujo en una música de contornos indefinibles y plagada de disonancias y de amplísimos intervalos melódicos. Con el Orfeo dolente parecía quedar atrás el noble y contenido recitado de Giulio Caccini o de Jacopo Peri. La evolución del recitar cantando en Florencia había sido demasiado rápida y el interés por él se perdió, por lo menos momentáneamente, con la desoladora complejidad que había alcanzado Belli; los mismos cantantes se quejaron de que su Orfeo era imposible de cantar. Pero mientras en Florencia el recitar cantando envejecía prematuramente, una pléyade de otras ciudades italianas lo iban acogiendo poco a poco como una novedad, y prolongarían su vida algunos años más fuera de su lugar de nacimiento, e incluso lo devolverían después a Florencia ya ampliado por nuevos usos formales y constructivos. La manera en que esto llegó a suceder nadie la hubiera podido sospechar.

Alrededor de 1628, en una de sus vistas a la corte papal de Roma, el gran duque de Florencia, Fernando II, tuvo la oportunidad de escuchar al soberbio organista de San Pedro, Frescobaldi, y decidió que aquel músico debía formar parte de su corte. Hacia finales de 1628 el deseo del gran duque ya era un hecho: en noviembre, Frescobaldi, llevando entre sus cartas de presentación el Primo libro delle Canzoni, ya se encontraba en Florencia con su familia. No es posible saber si el gran duque lo contrató porque quería oírlo tocar al órgano y al clave en su corte tal como lo había escuchado en Roma, o porque conocía algunas otras competencias suyas hasta ahora desconocidas por la propia Roma. Los vestigios que quedan de la larga estancia de Frescobaldi en Florencia no nos recuerdan en nada que estamos tratando del gran organista de San Pedro; en Florencia, Frescobaldi sólo publicó música vocal, ni un rastro de la música instrumental por la que era famoso. ¿Habrá sucedido esto por una predisposición suya a escribir música vocal no reconocible detrás de su hábito de organista o habrá sido más bien por una disposición adquirida por Frescobaldi al tomar contacto con el medio musical florentino y su tradición de canto poético? Si el gran duque quería que el tercer libro de tocatas de Frescobaldi, o el segundo de canzonas, viera luz en su Florencia, necesariamente hubo de sorprenderse al ver que Frescobaldi, más que transmitir su saber instrumental a Florencia, se llevaba en su bagaje de regreso a Roma la tradición de la recitación cantada. Como quiera que haya sido, el gran duque no pareció disgustarse por el proceder inesperado de Frescobaldi, pues Frescobaldi permaneció seis años en su corte.

Quizá el hecho de que cueste trabajo tan sólo admitir este inesperado desvío vocacional en la biografía del tecladista Frescobaldi es una de las razones de que no se haya llegado aún a hacer una valoración adecuada de la obra vocal que produjo en Florencia. La mayoría de los comentaristas de Frescobaldi suelen situar la importancia de su obra vocal muy por detrás de la de su obra instrumental. Los argumentos principales de esta toma de posición suelen ser que en su obra vocal Frescobaldi se muestra mucho menos inventivo que cuando escribe para el teclado y que «compositivamente» esta obra es mucho más «insustancial» que su complejísima obra para tecla. Ahora sólo queda ver qué tan ciertos o, más bien, qué tan pertinentes son estos argumentos. 
       Primero que nada, hay que tratar de situar esta música en su tiempo y no en el nuestro, en el que ya hemos erigido a la música de Monteverdi como el modelo de la música vocal de todo aquel tiempo. Como solía suceder en la música vocal de muchos de sus contemporáneos, la mayor parte de las piezas vocales de Frescobaldi son estróficas, sin que por ello Frescobaldi no abordara también en algún momento estilos vocales estructuralmente más complejos como el recitativo. Esta doble vena de complejidad-simplicidad era usual en muchos de los mejores compositores de música vocal de aquel tiempo; ni en Belli, que también compuso música estrófica por montones, puede tacharse esto por sí mismo como un pecado. También era natural, tal como hoy en día lo es, que la mayor parte de la música vocal fuera estrófica, pues se solía partir de la poesía, con sus métricas regulares y sus esquemas de repetición, para hacer la música. La «valoración estructural» que se hace sobre la música vocal debe ser entonces distinta a la que se hace sobre la instrumental, que por principio no tiene limitantes formales tan ineludibles como aquella de corresponder segundo a segundo a un texto; la variación en la música vocal suele ser mucho más sutil que en la música instrumental. En la música vocal lo que cuenta es la inflexión que se da al discurso, la congruencia expresiva que pueda llegar a haber entre texto y música, la manera en que la música enfatiza la expresividad de las palabras y la interpretación musical/prosódica de los textos. Y en este arte sutil de dar contornos melódicos al texto Frescobaldi es tan experto como un Monteverdi o un Landi. 
    Quizá entonces lo que haya llevado a los comentaristas a subvalorar la obra vocal frescobaldiana haya sido cometer el error de compararla con la obra de Monteverdi y sus discípulos en términos de complejidad estructural. No debería hacerse esto sin la contextualización debida. En comparación con la obra vocal de Frescobaldi, o de casi cualquier otro de sus contemporáneos, la obra de Monteverdi cuenta con un interés particular: él sabe, casi como nadie, crear figuraciones musicales complejas a partir de textos simples, esto es parte de su estilo: ¿qué mejor ejemplo de ello que la manera en la que Monteverdi aísla palabras durante el canto para resaltarlas más allá de lo sugerido por la sola estructura enunciativa dada por el texto? En esta manera de tratar los textos Monteverdi parece seguir, además, en cierta manera la ética compositiva de la tradición veneciana, que es muy distinta a la de la tradición florentina, cuya estela sigue Frescobaldi. El tratamiento musical de los textos entre los venecianos es casi siempre artificioso y dado a hacer superestructuras musicales sobre las estructuras dadas por el texto, recuérdense si no los motetes de los Gabrieli y una multitud de ejemplos de la propia música de Monteverdi. Esto dista mucho del ideal estético-retórico del recitar cantando florentino, en el que se presuponía que en el texto estaba ya esencialmente estructurado todo lo que habría de decirse; al músico sólo le correspondía ilustrar e interpretar con la música el tono afectivo del texto. El músico veneciano es «intervencionista» con el texto mientras que el florentino no; como veremos por el caso de Frescobaldi, el canto florentino aspiraba a la naturalidad discursiva y expresiva, nuevamente, a ese cantar como si se estuviese hablando. En última instancia el ideal florentino es el del músico-poeta, un músico que concibe la melodía al tiempo que recita; de ahí que en la tradición florentina se aludiese tan a menudo a la figura mitológica de Orfeo, en quien el músico y el poeta son una misma persona. Esto nos lleva nuevamente a Frescobaldi.

Sabemos que mientras Monteverdi acudió frecuentemente a los textos de Tasso, Guarini o Petrarca, Frescobaldi tal vez no haya acudido a casi nadie más que a sí mismo. Sobre esto sólo cabe hacer suposiciones. De Stefano Landi, por ejemplo, queda la constancia de que él mismo escribió muchos de sus textos, en cambio de Frescobaldi sólo queda sugerida la posibilidad de que así haya sido: es imposible rastrear la existencia de muchas de sus fuentes textuales fuera de sus propias publicaciones. Tanto en Landi como en Frescobaldi, esta autoría, o supuesta autoría, de los textos que empleaban para hacer música no puede verse por sí misma como un mérito, pero sí como una posible causa de que sus músicas compaginen tan bien con sus textos; quizá podríamos tildarlos de nuevos orfeos, aunque matizando el apelativo, pues sus textos, pese al esfuerzo, no son de la calidad literaria de los de Guarini o Tasso. Otro mérito de Frescobaldi, éste sí más incontrovertible, es que, por su versátil uso de los estilos vocales y los bajos populares en boga, su obra vocal resulta novedosa dentro de la tradición del recitar cantando florentino. Tal como en su música instrumental se da frecuentemente una alternancia de metros y de tratamientos, en su música vocal el uso exclusivo o alternado de estilos vocales sirve para dar a cada fragmento musical un carácter propio. Pero ahondemos en esto de la alternancia de estilos y esquemas compositivos.
        Un recurso frecuentemente empleado por Frescobaldi en sus arias es el uso de bajos populares para cimentar sus melodías. El uso que hace Frescobaldi de estos bajos populares es de una versatilidad notable. Si es comprensible que un aria vivaz como Se l'aura spira se cante de principio a fin sobre un bajo de carácter danzante, la elección de un bajo como l'aria di Ruggieri (nombre de un bajo frecuentemente empleado en la música del siglo XVII para piezas de carácter ligero) para un aria dramática y melancólica como Ti lascio anima mia es en primera instancia incomprensible; sin embargo, su uso sirve para poner en movimiento cada una de las irrupciones sentimentales/discursivas del recitante, a cada momento más desesperadas, y para recordarnos que detrás de todo ese discurrir de pensamientos hay un clima emocional obsesivo (repetitivo) sobre el que se vuelve una y otra vez.


Se l'aura spira (Primo libro d'Arie musicali, 1630)

Se l'aura spira tutta vezzosa,
La fresca rosa ridente stà,
La siepe ombrosa di bei smeraldi
D'estivi caldi timor non hà.

A' balli, a' balli, lieve venite,
Ninfe gradite, fior di beltà,
Or che si chiaro il vago fonte
Dall'alto monte al mar sen và.

Suoi dolci versi spiega l'Augello,
E l'arbuscello fiorito stà,
Un volto bello all'ombra accanto,
Sol si dia vanto d'haver pietà.
Al canto, al canto, Ninfe ridenti,
Scacciate i venti di crudeltà.


Ti lascio anima mia (Secondo libro d'Arie musicali, 1630)

Prima parte
Ti lascio, anima mia, giunta è quell'hora,
L'hora, Ohimè, che mi chiama alla partita.

Seconda parte
Io parto, io parto, Ohimè, convien ch'io mora,
Perchè convien partir da te, mia vita.

Terza parte
Ah, pur troppo è 'l dolor ch'entro m'accora;
Non mi dar col tuo duol nova ferita.

Quarta parte
Deh non languir, cor mio, ch'al mio partire
Mi duole il tuo dolor più che 'l morire.



La mayor parte de las arias de 1630 adoptan el estilo del aria estrófica, en el que estrofa a estrofa se repite una misma configuración melódica; la variación y el acento que se da a cada palabra para adecuarse a su contenido emotivo depende entonces menos del esquema formal que de la ornamentación y la prolongación y enunciación que se da a ciertas sílabas y palabras, un procedimiento que tiene más que ver con un arte de la enunciación largamente trabajado por los florentinos que con una intervención drástica sobre el recitado del texto. ejemplos notables de este trabajo sobre la enunciación del texto podrían ser las arias Begli occhi, io non provo u O mio cor, dolce mia vita.


Begli occhi, io non provo (Primo libro d'Arie musicali, 1630)

Begli occhi, io non provo
Fierezza, ò dolore;
Io pianti non trovo
Nel regno d'Amore,
Qual'or mi mirate
Con sguardi amorosi
Scherzate vezzosi.

Voi labra ridenti,
Quest'alma beate,
Si cari gli accenti,
Si dolce formate.
Ma lasso, io pavento
Che un Cielo bello e puro
Al soffio d'un vento
Si cangi in oscuro.

Se i denti scoprite
Con rare bellezze,
Nutrite dolcezze.
Quell'aura che spira,
Quel guardo che alletta
S'adira, e saetta.


O mio cor, dolce mia vita (Secondo libro d'Arie musicali, 1630) 

O mio cor, dolce mia vita,
Poi che lasso
Il tuo passo
Volge altrove invida stella,
Almen senti
Pria che parti i miei lamenti.

Tu sai pur, dolce mio bene,
Ch'hò nel Core
Tant'ardore
Quant'hà il Mar steril'arene,
Ch'è il mio petto
D'infinito amor ricetto.

Vorrai dunque col partire
A chi t'ama,
E ti brama
Dar cagione al suo morire [?]
Deh soccorso
Se non hai cor d'Aspe, ò d'Orso.

Riferite che vicino
Alle porte
Della morte
M'ha condotto il mio destino,
Dall'aita
Di lui sol pende mia vita.



Sin embargo, como ya lo he venido diciendo, en estos libros de arias publicados en Florencia no todo se resuelve mediante el estilo estrófico o el uso de bajos populares. Un nicho aparte lo ocupan las arias en estilo recitativo o en estilo mixto. Una aplicación del estilo recitativo en estado puro se da en un aria como Vanne, o carta amorosa, que no es otra cosa que un lamento cuyos tiempos enunciativos son irregulares e imprevisibles, y su expresión es descarnada, honesta y ajena a cualquier clase de decoro formal. Un caso singular, tanto por su estilo mixto como por su temática religiosa y su tratamiento dramático, es el del soneto espiritual Maddalena alla croce. En Maddalena alla croce nos encontramos con características que hacen de este soneto una especie de ópera en miniatura. En las dos primeras estrofas, un recitante anónimo nos describe la escena en la que se desarrollará el drama que está por venir; así se asienta el clima emotivo sobre el que una Magdalena ya calificada de «amante fiel y adolorida del buen Jesús» termina el soneto con los acentos más dolorosos por no poder sufrir el destino de Jesús y seguirlo, tal como en la vida, en la muerte. Pero en ningún aria parece ser más efectiva la aplicación del estilo mixto que en Così mi disprezzate. Se trata de un aria en la que se alterna un estilo del más claro carácter dancístico (y alegre) con el estilo grave y solemne del recitativo; es un aria auto reivindicatoria en la que con acentos ligeros y algo agresivos se le recuerda a aquella que decidió no corresponder al amor que se le profesaba que pronto ella podría sufrir lo mismo y que sobre su belleza, que ahora la mueve a despreciar, después caerá el tiempo para borrarla... y que quien ríe al último ríe mejor. Pero ese despliegue algo fanfarrón de tanto en tanto se ve interrumpido por los graves recitativos, donde el cantante, no queriendo, reconoce veladamente su dolor.


Vanne, o carta amorosa (Secondo libro d'Arie musicali, 1630)
Vanne, o carta amorosa,
Vanne a colei per cui tacendo io moro.
Deh, mia timida carta,
Ardisci e spera e priega.
Chiedi, chiedi a colei
Di mio amor, di mia fede,
Pietà, ma non mercede.

Non chieggio, no, non chieggio
Ch'a' miei sospir sospiri,
Ch'al mio languir languisca:

Ah, crudo è ben quel core,
Ben è 'ndegno amatore
Chi veder desia
L'amata donna sospirar d'amore!

Lungi, lungi da lei
Sien le pene amorose:
Dolor, pianti, sospir, tutti sien miei.

Anzi (o nuovo stupor de l'amor mio!)
Io non bramo, io non chieggio
Che l'amor mio riami;
Che s'Amore ha dolor, non vuo' che m'ami.

Io bramo, io chieggio solo
Che 'l mio amor non isdegni,
E voglia per mercè de' miei dolori
Sol ch'io l'ami e l'adori.


Maddalena alla croce (Primo libro d'Arie musicali, 1630)

A piè della gran croce, in cui languiva
Vicino a morte il buon Giesù spirante,
Scapigliata così pianger s'udiva
La sua fedele addolorata amante.

E dell'humor que da'begli occhi usciva
E dell'or della chioma ondosa, errante
Non mandò mai, da che la vita è viva
Perle, ed oro più bel l'India, ò l'Atlante.

Come far (dicca) lassa, o Signor mio,
Puoi senza me quest' ultima partita?
Come, morendo tù, viver poss'io?

Che se morir por vuoi, l'anima unita
Ho teco (il sai, mio Redentor, mio Dio)
Però teco haver deggio e morte, e vita.


Così mi disprezzate (Aria di Passacaglia) (Primo libro d'Arie musicali, 1630) 

Così mi disprezzate?
Così voi mi burlate?
Tempo verrà ch'Amore
Farà di vostro core
Quel che fate del mio.
Non più parole, addio!

Datemi pur martiri,
Burlate i miei sospiri,
Negatemi mercede,
Oltraggiate mia fede,
Ch'in voi vedrete poi
Quel che mi fate voi.

Beltà sempre non regna,
E s'ella pur v'insegna
A dispregiar mia fè,
Credete pur a me,
Che s'oggi m'ancidete,
Domani vi pentirete.

Non nego già ch'in voi
Amor ha i pregi suoi,
Ma sò ch'il tempo cassa
Beltà che fugge, e passa.
Se non volete amare,
Io non voglio penare.

Il vostro biondo crine,
Le guance purpurine
Veloce più che Maggio
Tosto faran passaggio.
Prezzategli pur voi,
Ch'io riderò ben poi.


Apolo y Dafne (1622-1625), Gian Lorenzo Bernini. Galería Borghese, Roma



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Bibliografía

Lejeune, Jérôme, notas introductorias al disco Girolamo Frescobaldi. Il regno d'Amore. París, Ricercar, 2010.

Discografía
Girolamo Frescobaldi. Il regno d'Amore, intérp. Ensemble Clematis, dir. Leonardo García-Alarcón. Ricercar, 2010.